¿Por qué Pobre Ecuador? Si viven en este país lo entenderán...
jueves, 12 de agosto de 2010
Bien franco pero ¿Muy Valiente?
Sismo de 7.2º en Guayaquil- Ecuador.
El texto original de este post iniciaba de esta forma: “Algo extraño ocurría este día con aroma implícito de viernes…” Escribí cerca de 3 párrafos por 3 ocasiones, pretendiendo hacer un stop anímico en mi puesto de labores, pero nada, se me borró todo por abruptos cortes de energía eléctrica, derivados tal vez por la intensidad de un movimiento que a todos en diferentes proporciones nos despertó temor y alarma en una ciudad que parece que nunca duerme, pero que no es tan así…
Me levanté con varias decenas de minutos de atraso por culpa de esta helada nocturna que ahora invade casi todas las noches guayacas. Mi mujer me levanta y me dice: “¿Qué hora es?...” Y yo con el celular en la mano tras haber apagado la alarma a la hora indicada. Me levante con menos ganas que de costumbre, en mi lugar se ubicó mi hijo, Damián =) ese que abre sus ojos y comienza a sonreír porque la vida es bella y él sabe, pese a tener 82 días de nacido, que es una sola y tiene que disfrutar de la misma. Todo un ejemplo mi hijo, me ha enseñado y enseña todos los días, TANTO.
En vísperas del que se supone debería ser el feriado más patrio del año para todos los que decimos ser ecuatorianos, o al menos eso nos enseña el “Escolar Ecuatoriano” que repasábamos en tiempo escolar, arreé a mi hija para que se arregle y desayune mientras yo también me vestía para luego embarcarla en el expreso e ir a coger el intrépido bus con la intención de llegar pronto a mi trabajo, ese que en el fondo me gusta y gracias a Dios me da de comer. Mi hija postiza, o al menos así ella me ha titulado “postizo”, (por mi calidad de segundo esposo de su madre) ya entendió un poco más que no debe levantarse amargada o renegando. Mi lavativa de cerebro ha funcionado, me teme pero me empuja como que si fuera un amiguito suyo y no hay nada que me agrade más. Confía en mí y me obedece.
Embarcado en el bus, conecté los auriculares a mis orejas con la intención de olvidarme de la incomodidad de los que van parado e iniciar mi observatorio personal de nubes que casi siempre contemplo como que si fuera la primera vez. Cuándo estoy apurado, por lo general en las mañanas, digo: “Qué chévere que el bus infeliz vuele…”, cuándo estoy cansado, es decir en las tardes, lo maldigo porque creo que a ese ser que denominamos “chofer” o conductor de transporte público se imagina que va dejando en su camino periódicos, en lugar de personas. En mi ideario hay nubes de todas las formas, tamaños y colores, ellas son testigos de mis compromisos personales, esos que a lo mejor Dios los conoce pero que nunca me ha nacido comentárselos o rogarle para que me ayude a cumplirlos, él está para cosas importantes y me ha dado muestras de dicha creencia. Algunos invocan a Dios hasta cuándo juegan pelota en el barrio, eso es ¡JODER! Y con eso de su omnipresencia, la fanaticada sueña que el va a estar allí para todo.
En todo caso, a menos de 10 cuadras de llegar al camello observo, de manera misteriosa, como varias personas observan al mismo cielo que a mi tanto me gusta contemplar, mientras voy tarareando una canción que me gusta pero que no me la sé. Me estaba bajando del bus cuándo recibo la llamada de mi esposa alterada para preguntarme si había sentido el temblor, yo ni por enterado pero bastante preocupado por mi hijo, ya que a veces duerme en su corral ubicado debajo del soporte de un televisor de 29 pulgadas. El está bien, mi mujer medio asustada pero pelando el diente. Acudo a un quiosco esquinero y casi siempre saludo a un mendigo, que por decir lo menos, el es sujeto más educado pese a su condición de callejero, antes de estirar la mano para pedirte, dice: “Buenos días”, ese que tanto nos cuesta a muchos, pronunciar. Le consulto sobre el temblor y me comenta que el también lo sintió, que hasta unos vidrios habían estallado, la paisana que me vende el ‘cigarrillo pre-laboral’ confiesa su temor porque su quiosco se había remecido cuál general del Capwell, también está asustada. Sigo caminando y notó el temor de los pocos peatones que circulan por la calle Boyacá en el centro de Guayaquil, observo unos pedazos de cerámica resquebrajados, exhalo la nicotina y me predispongo a ingresar a mis labores. Cubro 3 noticieros matinales en mi calidad de monitor informativo de un medio nacional y me percato que se había registrado un atentado terrorista en Colombia y un movimiento telúrico de 6.9º en la escala de ritcher que se había sentido en casi todo el territorio nacional. Me repito entre mi que Guayaquil no está preparada para un sismo, llamo nuevamente a mi esposa y en tono burlesco le consulto a cuánto ascienden los daños materiales en mi morada, se ríe. Claro, ahora todos lo que sintieron el sismo prefieren reír para ocultar sus temores, esos que yo observe con extrañeza que también sienten los guayaquileños.
Lo de hoy va en contra de una canción típica de nuestra tierra, “Guayaquil, madero de guerrero, bien franco, muy valiente…” ¿Muy valiente? Yo lo dudo y hoy ratifique por medio de testimonios de terceros, ya que no sentí el temblor, que no sabría que chucha hacer ante una situación de emergencia natural. El sismo hizo temblequear a Guayaquil pero también a sus habitantes, esos que sobre el manglar han construido esto que llamamos “casa”, nuestra tierra, esa que se independizó antes que nadie en Latinoamérica, pese a lo que diga la historia conocida. Lo de hoy echó al traste la arenga socialcristiana de Febres Cordero con respecto a los cojones.
¡Guayaquil, SI se ahueva carajo! O al menos le teme, y mucho, a los sismos…
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