¿Por qué Pobre Ecuador? Si viven en este país lo entenderán...

lunes, 17 de enero de 2011

"Días de enero..."


"Lunes de pasillo: tristes, lentos y aburridos"

En esta mañana de desazón laboral mientras olfateo este ambiente de enero pasillero (triste, lento y aburrido), resalte que este año debo ir, como compromiso personal, nuevamente a un concierto. La muchedumbre apurada con ganas de tabaquearse la vida, con la típica botellita tapiñada en el bolso, en el bolsillo o en cualquier compartimiento de los típicos “guárdate-algo” que guindan de los hombros, la típica instalación de instrumentos. La absurda, patética y desconocida banda telonera, el baraje de esos manes entre pifias, la “musiquita de mierda” (como diría Luis Rueda) y el grito de ¡bravo chucha!, entre otras cosas, me hacen falta. Aunque reconozco haber tenido una adolescencia para el olvido, por el típico maldito tiempo perdido que debía invertir de otra forma, esa etapa la disfrute con intensidad puesto que fui útil para mi familia, mis soledades momentáneas si bien me generaron tristezas constantes, no me traumaron y más bien forjaron mi carácter, me interesé por la política, aprendí mucho de la música, de la convivencia, del amor, de la traición. Todo esto a través del resto y luego por cuenta propia. No me quejo, no me arrepiento de nada, sólo me quedan frustraciones que se pueden zanjar, ya que aún me considero “pelado”. La música siempre fue para mí, así como el tabaco, siempre estaba allí… Disponible, ya sea para entristecerme, alegrarme, hacerme soñar, fingir, tirar parada (de manera innecesaria), deprimirme “apretando los dedos, agarrándole, dándole mi vida”, en fin…

Si no me equivoco el 28 de octubre del 2008 fue la última vez que pise el campo de concentración para un concierto. Se presentaba Andrés Calamaro en la capital y, una vez más, yo y mi persona nos encaminamos al Terminal de Transportes Ecuador para salir del puerto rumbo a una ciudad que conozco pero de manera puntual: Quicentro, Estadio Atahualpa, Parque La Carolina, Mall El Jardín, Casa de la Cultura, Coliseo Rumiñahui, Plaza de Toros, Casa Blanca, el estadio maldito de Chillogallo, Palacio de Carondelet, CCI, Aeropuerto, ese Terminal mal pintado del sur (o al menos así de en la M estaba la última vez que fui), Mitad del Mundo, Hospital Baca Ortiz y un motel de mala muerte (con el que alguna vez fui con mi hermana y se cagaron de risa porque pedimos camas separadas) son los sitios que conozco. El administrador de este motel se quedó con la boca abierta y me habrá halagado en cortijo, “¿qué hace ese pelado con ese mujeron?”. El concierto era en el Coliseo Rumiñahui, nunca había asistido a esa wada, pero una pelada que se subió en Santo Domingo mientras yo iba leyendo un tratado socialista, me (des) orientó. Calamaro nos esperaba… Obviamente ella, la de a lado, también se iba al concierto, se iba con sus panas de Queeto, yo no conozco a ningún serrano, con excepción a los de la tienda que queda por mi caleta y no soy regionalista por si acaso, es la pura y neta verdad. Conversamos buen rato, como nunca escuche los planes del resto y no dije ni pío para no sembrar dudas. Pa qué! Estaba hasta guapa la chica, pero como siempre ni bola de esas acciones típicas de los perros como pedirle el número, el correo, decirle que estaba bonita, como para que se agarre los piojos y me diga: “Uy, gracias” Naaa nada que ver, eso conmigo no va. Conversamos casi todo el trayecto, llegamos al Terminal y justo cuándo ‘sólo’ quería sugerirle que nos embarquemos en el mismo taxi, se me ocurre ir al baño. Salí y ni el rastro: never more I see. En todo caso, al recuerdo que me embarga desde la tarde de ayer en que escuche:

Los Aviones- Andrés Calamaro

"Es tarde se hizo de día
menos mal, que está nublado
se acabó todo lo que había
queda un cigarro mojado
porque quiero dormir
y soñar con ella
mientras por afuera
pasan los aviones
no quiero que se termine
no quiero que me abandones
me olvidé de avisar
no te voy a llamar
ni una sóla vez en cuatro días
o si no mujer voy a hacer
cualquier cosa que me digas
porque quiero dormir
y soñar con ella
mientras por afuera
pasan los aviones
no quiero que se termine
no quiero que me abandones
no quiero que se termine
no quiero que me abandones"

Y salió Andrés “El Salmón” Calamaro, vestido con una chaqueta negra y gafas oscuras al escenario del Coliseo General Rumiñahui. Estaba acompañado de Candy Caramelo y el resto de la banda, la explosión no se hizo esperar. Un escenario que al comienzo a mi resultó semi-vacío, se había colmado; hasta a la exasambleísta, Martha Roldós la observe paseando en los exteriores de este recital que me recordó, impostergablemente, a esas tardes de humo que junto a ese disco de “Los Rodríguez- Hasta Luego” viví tantos momentos. Durante el recital, los quiteños comenzaron a gritar de manera desconcertante, pero se notaba que no sabían las canciones, ni nuevas ni viejas de un contestatario argentino, que si recibió el apoyo vocal de los guayacos que fuimos hasta esa ciudad tan “centralista”, en dónde el frío te congela las manos. Canciones como: Jugar con Fuego- Mi enfermedad- Sin Documentos- Paranoia, La parte de adelante y las nuevas (que ahora ya no lo son) Carnaval de Brasil, Soy Tuyo, Los Chicos, 5 minutos más, entre otras que despertaron ese espíritu cantante de toda ese pueblo aficionado ecuatoriano que se dio cita para ver un grande de la canción latinoamericana. Y este texto ya parece un documento socialista revolucionario, el cuál, a Calamaro no le molestaría ya que es declarado fan de Chávez y su socialismo del siglo Twenty- One, pero a mi sí. Finalmente, a la salida del concierto si que me hizo falta mi ñaña, esa compañera musical que me ha enseñado tanto de tanto y de todo. Mi ídolo femenino y eso que también siempre me ha llamado la atención la vida de Margaret Tatcher (mentira), de Janis Joplin, Billy Holiday, Agatha Christie y otras chifles de la literatura y la música universal… Siempre que me preguntan que música me gusta, me atrevo a contestar que el rock clásico, progresivo y el blues. Pero de este último género sólo conozco a Holiday y casi nunca digo que tengo una admiración desproporcionada, que puede rayar en la mariconada, hacia Enrique Bunbury y al maestro al que dedico este texto.
Ojalá este año pueda observar algún concierto en vivo que valga la pena en Guayaquil, porque la ida a Quito para lo de Ozzy está como difícil, a mi hijo me cuesta dejarlo y de paso mi mujer va a estudiar los fines de semana, así que ni modo…
Mis frustraciones musicales, sólo aquí…

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