“Sin comentarios…”

Una tarde de llenura me emplaza a escribir ante una hoja vacía. Esa que todos los días me acompaña desde que ingreso a mi recinto laboral hasta que lo abandono. Hasta octubre del año antepasado escribía en papel cartas de amor dirigidas a la única mujer que se las he entregado, mi esposa. Este texto va dedicado a ella, que con su sola presencia le arranca una carcajada o una sonrisita de engreimiento a la razón de ser de mi vida: Damián, mi hijo. A ella la conocía en una tarde solitaria frente al monitor de una computadora ajena. Por ella se me metió el bichito de las redes sociales. Nunca había visto una mirada que signifique un espectáculo, ella la ostentaba. De alguna forma tenía que acercarme a ella y que mejor que con la música, gracias Silvio Rodríguez por existir. Lo que nunca me gusto de ella era su fanatismo desmedido por el tarado de Arjona, que dicho sea de paso fue el peor concierto de mi vida y sólo por estar con ella, pese a que al comienzo me trataba como una funda de desechos. Sin embargo, el tiempo, mi insistencia, mi constancia, mi FE consiguieron que me quede a su lado y sobretodo ella logre enamorarse transparentemente de este pobre ser humano que pese a dormir todos los días a su lado, sigue soñando su presencia. Ahora su abnegación me sorprende. Es una excelente mujer que ha sabido sintonizar el carácter flemático de mierda que ostento y que por sobretodo supo valorar lo mejor, que tengo: (aunque suene a cliché la palabrita: “valoro…”) mi honestidad. Ese valor que sin querer mi madre me enseño mientras hablaba de un sujeto al que le había hablado de aquello, que yo vivía pero que ella no lo sabía. A veces creo que la lastimo con tanta perorata piroclástica que emano cada vez que tengo algo atragantado. Ella sólo guarda silencio… A veces con cara de histeria, la mayoría de ocasiones con las retinas enjugadas en lágrimas. Y aunque parezca mentira, cada vez que se pone así termina dándome la razón, tal vez, porque la verdad frustra, duele y en la mayoría de casos: lastima, más ese no es mi estilo.

Mis verdades frustrarán y dolerán, sobretodo a mi mismo, pero de ahí ¿qué yo diga algo con la intención de herirla? Nunca y lo mejor ella lo sabe. De a poco me ha ido conociendo, aunque, todavía se sigue poniendo brava cada vez que le hago una broma, lo más lóbrega posible y ella me manda a la mierda porque ya no puede más mientras me cago de risa… Es una belleza R y no sólo eso. Con ella quiero crecer, vivir, convivir, hacer, destruir, construir, sobrevivir y envejecer, pero eso si! Que ella me entierre, no estoy preparado para un golpe tan rotundo como su partida… Me dolería la vida y ¡no! Me niego a que eso ocurra. Lo que si sé es que este amor a lo mejor y se convierte en una fuente de inspiración para mis hijos. Ellos no podrán decir jamás: “Ay mi papi no la quiere a mi mami… Ay mi papi esto, ay mi papi el otro…” Naaaaaada! Ellos siempre podrán observar a un hombre enamorado, que es un desvergonzado cada vez que quiere contemplar a la mujer que ama, o sea a la madre de mis hijos. La de los cabellos negros pese a ser “Rubio”, la que tiene unas pestañas de abanico, una espalda de locura y unas piernas que sólo provocan… Caminar junto a ella. Enseguidiiita… Morbosos hijueputas. Ahí no más…. Luego van a encamar guevadas, pese a que nunca han comentado ni pío. “Esposa” (Qué fea esa palabra pendeja. Da a entender que uno se amarra cuándo se casa o arrejunta), en lugar de haber inventado una palabra que se parezca al amor. Ese sentimiento que va al cuadrado para ti…